Generosidad - Katia Márquez
¡Que bien sienta vivir en un mundo de flores, de mariposas que te susurran al oído , de pájaros cantores
que te saludan con una melodía todas las mañanas, de árboles donde sostenerte, de océanos y mares
que te acarician el alma!
¡Que privilegio tener una roca donde sentarte a descansar, una luna que te ilumine , un cielo que te
abrace y un sol que sea tu manto de inviernos!
Yo he tenido ese privilegio, una abuela que fue mi flor, mi mariposa, mi pájaro, mi mar y sobre todo, mi
árbol y mi roca. De ella aprendí muchas cosas pero su mayor legado fue hablarme de la bondad y de la
entrega.
Su rutina matutina era decirme esta frase: “ Sé buena porque sí”
Era su forma de despertarme a diario.
Así entró en mi vida la palabra generosidad, así descubrí, tras un proceso de aprendizaje profundo, que
la generosidad es la base para ser feliz.
Aprendí que ser generoso es tener un abundante manantial fluyendo desde tu interior, un caudaloso río
que en su corriente se lleva todo el egoísmo.
Es dar sin esperar nada a cambio, sentarse a disfrutar la risa del otro, convertirla en tu sonrisa y reír
juntos, o tal vez acompañar sus lágrimas de dolor ofreciendo tus ojos como bálsamo.
Aprendí que una persona generosa siempre entrega con honestidad lo más valioso de sí misma, porque
sabe y siente en su corazón que dar es la mejor manera de recibir.
Aprendí que existen muchas formas de aliviar las carencias y necesidades de los que nos rodean y que
es importante salir de nuestra piel para respirar en otra piel.
Aprendí que es mejor admirar el cielo todos juntos, uniendo trocitos de azul repartidos en partes iguales,
antes que acaparar todo el azul para uno mismo, porque entre todos, podemos compartir matices y
dibujarnos en ellos.
Aprendí que cuando somos generosos siempre vemos la inmensidad del agua y no la pequeñez de la
gota, porque la generosidad comienza por ver el enorme potencial de todas las personas, sin juzgar sus
debilidades.
Aprendí que la única forma de cosechar, es sembrando las semillas, sin retenerlas, que todos podemos
ser semillas y que hay tierra para todos.
Y aprendí, que la generosidad alimenta y nutre nuestro universo, descontamina todo a nuestro
alrededor y purifica los espacios que habitamos.
Donde hay generosidad, siempre hay poder, el poder que nos otorga el hecho de saber que no somos
uno , somos todos.
Donde hay generosidad, siempre hay magia, la magia de encontrar una playa donde nadar a corazón
abierto.
Donde hay generosidad siempre hay arte, el arte de ofrecer a todos el mejor espectáculo, sin la
necesidad de recibir aplausos.