Algo personal - Joan Manuel Serrat
como a cachorros de buenas personas,
que hurtaban flores para regalar a su mamá
y daban de comer a las palomas.
Probablemente que todo eso debe ser verdad,
aunque es más turbio cómo y de qué manera
llegaron esos individuos a ser lo que son
ni a quién sirven cuando alzan las banderas.
Hombres de paja que usan la colonia y el honor
para ocultar oscuras intenciones:
tienen doble vida, son sicarios del mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad,
viajan de incógnito en autos blindados
a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad,
a colgar en las escuelas su retrato.
Se gastan más de lo que tienen en coleccionar
espías, listas negras y arsenales;
resulta bochornoso verles fanfarronear
a ver quién es el que la tiene más grande.
Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz,
juegan con cosas que no tienen repuesto
y la culpa es del otro si algo les sale mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Y como quien en la cosa, nada tiene que perder.
Pulsan la alarma y rompen las promesas
y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer
nos ponen la pistola en la cabeza.
Se agarran de los pelos, pero para no ensuciar
van a cagar a casa de otra gente
y experimentan nuevos métodos de masacrar,
sofisticados y a la vez convincentes.
No conocen ni a su padre cuando pierden el control,
ni recuerdan que en el mundo hay niños.
Nos niegan a todos el pan y la sal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Pero, eso sí, los sicarios no pierden ocasión
de declarar públicamente su empeño
en propiciar un diálogo de franca distensión
que les permita hallar un marco previo.
Que garantice unas premisas mínimas,
que faciliten crear los resortes,
que impulsen un punto de partida sólido y capaz
de este a oeste y de sur a norte,
donde establecer las bases de un tratado de amistad,
que contribuya a poner los cimientos,
de una plataforma donde edificar,
un hermoso futuro de amor y paz.
(Pero eso sí, con qué destreza esos tahúres de postín
reparten juego con cartas marcadas:
nada por allá, nada por aquí,
visto y no visto y nos la meten doblada.
Tienen más de un problema para cada solución,
sin que te enteres te roban los calzones
y luego te dicen que toca apretarse el cinturón,
cuando en la bolsa caen sus acciones.
Hijos del demonio, no tienen otro dios
que la codicia y más rey que el mercado
ni otra enseña que la de curso legal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal...
juegan con cosas que no tienen repuesto
y la culpa es del otro si algo les sale mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Y como quien en la cosa, nada tiene que perder.
Pulsan la alarma y rompen las promesas
y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer
nos ponen la pistola en la cabeza.
Se agarran de los pelos, pero para no ensuciar
van a cagar a casa de otra gente
y experimentan nuevos métodos de masacrar,
sofisticados y a la vez convincentes.
No conocen ni a su padre cuando pierden el control,
ni recuerdan que en el mundo hay niños.
Nos niegan a todos el pan y la sal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Pero, eso sí, los sicarios no pierden ocasión
de declarar públicamente su empeño
en propiciar un diálogo de franca distensión
que les permita hallar un marco previo.
Que garantice unas premisas mínimas,
que faciliten crear los resortes,
que impulsen un punto de partida sólido y capaz
de este a oeste y de sur a norte,
donde establecer las bases de un tratado de amistad,
que contribuya a poner los cimientos,
de una plataforma donde edificar,
un hermoso futuro de amor y paz.
(Pero eso sí, con qué destreza esos tahúres de postín
reparten juego con cartas marcadas:
nada por allá, nada por aquí,
visto y no visto y nos la meten doblada.
Tienen más de un problema para cada solución,
sin que te enteres te roban los calzones
y luego te dicen que toca apretarse el cinturón,
cuando en la bolsa caen sus acciones.
Hijos del demonio, no tienen otro dios
que la codicia y más rey que el mercado
ni otra enseña que la de curso legal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal...
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