Quimera animal





Había una vez un gato blanco muy blanco, tan blanco que al levantarlo al cielo, su pelaje se confundía con las nubes y el felino se hacía invisible; era gordo, esponjoso, dormilón y cuando dormía siempre soñaba. Se transportaba a un fascinante mundo donde la felicidad imperaba y absolutamente todos los placeres que un gato pudiese disfrutar estaban a su alcance, por eso siempre procuraba dormir el mayor tiempo posible. 

En su sueño volaba entre montañas de latas de atún, corría por amplios campos repletos de roedores que perseguía divirtiéndose hasta el cansancio, subía y bajaba por interminables escaleras aterciopeladas que fácilmente rompía con sus uñas afiladas, y saltaba muros y tejados con el fin de visitar hermosas gatitas que esperaban ansiosas su llegada. Su sueño era maravilloso pero no eterno. 

Al despertar, el gatico regresaba a la realidad, se entristecía y se quejaba por el mundo en el que le había tocado existir, un mundo que no era el de su sueño pero tampoco estaba mal. Vivía en su casa con dos compañeros : su amo que le brindaba la comida y el cuidado necesario que un gato requiere y su inseparable amigo, un pequeño perro gris plata que, al contrario de su amigo gato, vivía feliz brincando y ladrando por toda la casa, amaba a su amo quien frecuentemente lo consentía con fervor. Ambos dormían en un hermoso patio pequeño pero cómodo, donde además de reposar sus respectivas casitas de mascotas había masetas con llamativas margaritas. 

El can era enérgico, cariñoso y vivaz pero tenía un terrible problema, dormir era un martirio para él, sufría siempre una espantosa pesadilla que lo desconectaba de su realidad y por poco le ocasionaba infarto. Solía patalear y llorar mientras dormía y en su oscuro sueño, sombras de grandes monstruos con aspecto de canguros lo atormentaban. 

Una vieja mariposa del 98 sagradamente en las horas matutinas visitaba el patio de la casa y se posaba en las margaritas para desayunar su polen; cuando ella llegaba, se percataba de la extrema felicidad del gato dormido y del perturbado perrito que yacía en la cama y aullaba de miedo. En el reino animal todos saben que esta especie de mariposas cumplen 98 deseos a lo largo de su vida, ésta se encontraba en el otoño de su existencia y había satisfecho a 97 animales que la habían buscado pidiéndole ayuda, por lo tanto le restaba tan sólo un deseo que cumplir. 

Un día, mientras la mariposa desayunaba, los dos inseparables compañeros despertaron e ipso facto se lanzaron hacia ella emocionados pues conocían el poder del insecto y luego de contarles sus respectivos sueños, los cuadrúpedos exclamaron: 

– “quiero dormir y vivir mi sueño eternamente, persiguiendo ratones, comiendo atún y visitando mis gatitas”- dijo el minino… 

Mientras que el pequeño y triste perrito lo observaba diciendo: 

–“yo sólo quiero dormir tranquilo sin esa horrible pesadilla, no quiero más monstruosos y gigantes canguros persiguiéndome en mi sueño, sólo deseo dormir bien y vivir acá con mi amo para siempre, soy feliz con su compañía, no necesito más.” 

Ella les explicó la situación, sólo contaba con un deseo por lo tanto era imposible cumplir los requerimientos de ambos. Sin embargo, la vieja y sabia mariposa luego de conocer sus sueños con exactitud, los miró pensativa y se le ocurrió una solución: les intercambiaría la ilusión onírica, el gato viviría la pesadilla del perro y el perro estaría en el paradisiaco sueño del gato. De esta manera les daría una gran lección. 

Llegada la hora de la siesta el gordo gato se transportó a la tenebrosa pesadilla del perrito, efectivamente grandes sombras merodeaban el lugar, las siluetas de gigantes canguros se acercaban; sin embargo, el gato notó algo importante: eran apenas sombras las que lo perseguían, y las sombras son sólo imágenes oscuras proyectadas de los cuerpos, en este caso, grandes y monstruosos canguros. Así que el gatico se dispuso a buscar los canguros de donde provenían las sombras y sorprendido quedó al darse cuenta de que no había tales marsupiales, las sombras eran tan sólo las proyecciones de diminutos ratones que revoloteaban en el lugar, el felino sonrió y de un bocado los engulló. 

El gato salió del sueño, abrió sus ojos y por primera vez en mucho tiempo estuvo despierto un buen rato, buscó a su amo y sintió el amor que éste le ofrecía, percibió sus caricias y sus mimos y se regocijó en sus piernas. Sin darse cuenta, había estado viviendo un sueño durante mucho tiempo y había dejado a un lado su realidad, olvidando lo bien que se sentía vivir despierto y percibir sensaciones básicas que nos hacen felices: el delicioso frío del viento en la cara, el sonido de la voz amorosa del amo, la suavidad de su cama, los inexplorados y llamativos rincones de la casa ideales para jugar todo el día y por supuesto la agradable compañía de su amigo perro. 

Entre tanto, el perrito inmerso en el sueño del gato tuvo importantes observaciones: las latas de atún, que formaban altas montañas por donde el gato volaba, estaban cerradas impidiendo que el atún fuera comido y las hermosas gatitas que esperaban al felino al otro lado de los muros y tejados eran gatas asexuadas, el “hermoso” sueño del gato era tan sólo una fantasía engañosa. 

El pequeño perrito color plata despertó y habló de lo sucedido con el gato, le contó todos los inadvertidos detalles del absurdo mundo del sueño gatuno, y en seguida el gato le relató lo concerniente a los supuestos canguros gigantes de la pesadilla del can. 

Ambos amigos rieron y comprendieron lo tontos que habían sido, por un lado el esponjoso felino había vivido una absurda ilusión la mayor parte de su existencia vislumbrando fantasías que lo habían cegado impidiéndole sentir las maravillas del mundo sin disfrutar de la vida en las pequeñas cosas. Y por otro lado, el pequeño perro había estado atemorizado por insignificancias que no lo dejaban dormir y vivir tranquilo. 

No dejemos que los miedos nos bloqueen y nos impidan soñar, y no vivamos de añoranzas imposibles que nos angustien la existencia impidiéndonos gozar de las verdaderas bondades de la realidad que el universo nos ofrece cada día. 




Cristóbal Grimaldos
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