Cosas de niños.

Tengo el recuerdo de niño en mi casa del pueblo de Glez Moreno, que vale aclarar, no es lo mismo que recordar algo que hicimos de grandes. Cuando empiezo a explorar esa pila de imágenes, sensaciones, sonidos y olores, todo gira en torno a un lugar inmenso, mágico, lleno de escondites secretos, pistas de aviones, canchas de fútbol y campos de batalla, donde en medio de titánicas luchas de superhéroes con mi nombre, monstruos espeluznantes y perros que miraban confundidos, el terreno era atravesado por mi hermana y sus muñecas aportando un dejo de inocencia a tan combativo escenario. Pasaron muchos años sin volver a esa casa que hoy habita otra familia, hasta que el año pasado, de visitas por el pueblo y después de mirarla por fuera un ratito, me decidí a golpear la puerta y pedir si me dejaban pasar. Inicié el recorrido con la ilusión de encontrar lo que dejé de niño al mudarme, pero en cada paso que daba iba desconociendo los espacios, el garaje, donde gané más mundiales sobre la hora que cualquier otro jugador en la faz de la tierra, era diminuto, ya no se parecía en nada al estadio repleto de gente que de manera eufórica festejaba mis goles, el patio y el lavadero, que sirvieron de escondites y bosques donde todo podía pasar, ahora eran eso, un patio y un lavadero...
Me invadió una inmensa nostalgia, pero no hacia la casa que recordaba distinta, si no hacia la magia, esa que con los años vamos aplastando con realidades que se vuelven totalitarias en nuestro ser y que pocas veces nos cuestionamos. Luego de escuchar detalles sobre las diferentes modificaciones edilicias, el tour a mi niñez se terminaba y mientras íbamos saliendo con mi anfitrión por el garaje, veo una pelota chiquita de su hijo que estaba tirada en el piso, casi por impulso natural que uno todavía conserva, le di una suave patada colocándola en el cuadrito del portón que de niño me servía de arco y no sé si lo imaginé o fue real, pero allá, bien a lo lejos, me pareció escuchar el unísono grito de los hinchas que emocionados volvían a corear mi nombre y sonreí feliz... Al momento de sacar esta foto pensé, ¿de qué niño habrá sido este palacio y qué pensaría hoy ese pequeño, atrapado en el cuerpo de un señor cubierto de realidades dudosas, al saber que un árbol de verdad creció dentro de su habitación?.

Diego Martin

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