El cascarón

"Pero hoy y mañana y siempre repito que sólo es posible vivir si en la casa del corazón arde un buen fuego".

Jamás pensó ver un ser tan hueco...

Siempre vio posible encontrar
quizás escondida en su cuerpo,
en algún rincón oscuro,
entre los paletones de la enagua,
o enredada entre el cabello
algún atisbo de su luz antigua.

Pensó, por supuesto,
mirar primeramente a los ojos,
ya que, como dicen los viejos,
son la ventana del alma;
esperó verla ahí sentada
tomando tal vez un café,
algo distraída, y de ahí
su ausencia aparente.
Pero no había nada.
Tampoco nadie.

Pensó buscarla en el pecho,
pero ese entramado de huesos,
piel y testarudez
se convirtió en una malla
alta e infranqueable.
De encontrar algo en ese cuerpo
jamás moraría en su pecho.

¿Quizás en su sexo?
Dicen que la vida siempre

prolifera en los sitios húmedos,
intento llamarla desde cerca,
pero no sabía su nombre;
¡estaba tan vacía su fuente!
No había ni un trozo de luz.
Solo carne, propia y ajena.

Podría estar esparcida en la piel,
tan diluida,
quizás filtrándose de a pocos
como luz líquida en los poros,
viajó por cada centímetro de su cuerpo,
tocó con su yema buscando relieves,

algo de vida apagándose,
o incluso calor dormido.
Podría verse en destellos de escarcha.
Su piel era opaca
y fría al tacto.

¿Qué pasaría si le cantaba?
Podría haberse introducido quizás
en uno de sus oídos buscando calor.
Le tarareó la melodía más bella del mundo,
pero nada salió.
O era sorda, o ahí no estaba.

Si había luz en ese ser
estaría arrinconada dentro,
refugiándose del mundo triste,
ese cuerpo donde moraba.
Por eso decidió volver al pecho.

Con sus manos abrió un surco amplio
entre sus senos blancos
por donde meter los dedos.
Sintió una vasija de barro en el centro,
justo al lado del corazón.
Estaba vacía, y con una nota escrita:
"Tenía hambre, tuve que partir.
El cuerpo se apagará pronto..."

En esa vasija de barro
donde una vez moró su alma
había migajas de pan,
restos del cuerpo que alimentó
esa esencia que ya no estaba.

Era tan solo un cascarón vacío.

José Quirós

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